de Miguel Ramos
¿Que sería del cine sin la música?, para acelerarnos o detenernos el corazón, para hacernos pensar o soñar olvidándonos por un momento de la realidad que vivimos, de llevarnos de la risa al llanto y viceversa, de la reflexión al ofuscamiento y del cautiverio a la libertad, esa precisamente es su magia, no las críticas exageradas y en momentos fuera de lugar de quienes a pesar de que se dejan encerrar en ese velo de fantasía, donde el aquí y el ahora se detienen para desatar la más alta necesidad de ser y existir a través de héroes y villanos atrapados en historias que van dando forma a lo que algún día los definirá aunque sea en ese terreno. Para Tottó la cabina de proyección del Paradiso era precisamente eso, el paraíso, el lugar aparte de los problemas en la postguerra italiana de un niño huérfano, una madre frustrada y su pasión por el cine al lado de su amigo Alfredo, el encargado del cine. Es el tiempo total de la censura al beso, a la caricia, pero esa prohibición hace más deseable, encantadora y seductora la parte pubertuosa y a la vez inocente de Tottó. La magia de la cabina lo hace soñar, es su remanso de paz en un mundo aparte fuera de la convencionalidad, en la riqueza de tardes mientras el cura del pueblo realiza un primer visionado de las películas antes de ser presentadas al pueblo, con el fin de eliminar todo aquel contenido que pueda ser calificado de “obsceno, provocador o libertino”, los cortes de esa censura, el atesorable no me olvides de Alfredo al niño del Paradiso en la persona del afamado director cuando su muerte le hace regresar al pueblo, haciéndolo romper su promesa.
La Tarde gris, con el viento haciéndose presente sobre las vías; en la plataforma, un viejo ciego abraza a un adolescente mientras le susurra desesperado al oído – “Este pueblo está maldito. ¡Vete!, vete y no vuelvas nunca. Y si algún día te gana la nostalgia y regresas… No me busques. No toques a mi puerta porque no te abriré. Busca algo que te guste y hazlo, ámalo como amabas de niño la cabina del Cinema Paradiso. Desde hoy, ya no quiero oírte hablar; ahora, quiero oír hablar de ti.”–Totto, el chico, sube al tren y lanza el último adiós al viejo, su confidente, su mentor y amigo; con la mano también despide a su madre y hermana. Son dignas de mención la majestuosa escena, en que Alfredo, viendo la insuficiente demanda de la sala, proyecta la película sobre las fachadas de las casas de la plaza. Y la transición memorable: cuando Alfredo pasa su mano por el rostro de Totó niño y nos descubre a un Totó adolescente, que empieza a hacer sus pininos en el amor y en la toma de imágenes con su primitiva cámara de cine. Una nueva vida llena de éxitos le espera en Roma… aunque su corazón, por siempre hecho pedazos, se ha quedado eternamente en la provincia de Giancaldo, con su Elena, en el Paradiso. En la sala del pueblo pasan personajes emblemáticos: el apasionado que se sabe el guión al derecho y al revés, la pareja que se conoce, enamora, cría y ve crecer a sus hijos, el loco del pueblo, los chiquillos embelesados con los héroes, los enamorados haciendo el amor en el cine, la catarsis personal afectiva que llora con las películas sus propias desgracias, el dolor de la emigración, las diferencias de clase y el nacimiento de la sociedad moderna. Aparecen el rico del pueblo, el sucio que escupe refugiándose en la oscuridad, las vendettas y asesinatos, como si la vida pasara fuera de la pantalla, justo ahí, en el salón de cine del pueblo que la contempla. Morricone nos lleva de la mano hasta allá, hasta la nostalgia de las infancias, de las andanzas, de los cambios, del momento cuando echamos al hombro el palo con la mascada dando media vuelta para encontrar nuestro destino, sintiendo la lluvia en la cara mientras a nuestras espaldas se proyecta la película de nuestra propia vida.
Así la nostalgia en el derrumbe del cine como homenaje a aquellos que dejaron lo conocido y lo familiar en pos de un sueño prometido; también a aquellos que han extraviado en el tiempo la historia de un amor inconcluso; para los que la vida sigue siendo una hermosa historia dentro de la pantalla; o a esos que pensaron que la distancia y el tiempo eran la mejor cura para el dolor, externando al final la bienvenida a todos los que se han sentido extraños en medio de pueblos conocidos.
Para todos ellos, se encuentra reservada una butaca en el Nuovo Cinema Paradiso…..
Registro de Autor : 03-2006-031713105000-01
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